Hace un mes exactamente, a inicios de julio, el marido y yo fuimos de vacaciones a San Antonio, Texas.
Todavía no tomábamos la decisión de dejar de comer alimentos animales, así que una noche que no teníamos ganas de salir a cenar fuimos a un Target y compramos cositas para hacernos sándwiches: pan, jamón de pavo y queso. Como no íbamos a comprar una latota de jalapeños, nos decidimos por un queso con jalapeño.
Al terminar las vacaciones obviamente no nos habíamos acabado los alimentos que compramos allá, por lo que llenamos una hielera con la comida y hielo y nos la trajimos para acá.
El queso, por supuesto, quedó arrumbado en el cajón de mi refri, y ahorita que estoy haciendo dizque limpia, veo que el queso que tiene un mes abierto sigue igualito, igual que como hace un mes.
¡Qué miedo! ¡El queso sigue I G U A L! Ni un hongo, ni una resequedad, ni cambió de color, nada. Inmutable.
El marido es de Zacatecas y allá hacen unos quesos caseros buenísimos, pero si no te lo acabas en una semana ya está verde de hongos, cambia de color, el sabor es más fuerte, etc.
Yo aún no sé si tirar el queso gringo a la basura o dejarlo como artículo de defensa personal en mi casa por si (Dios no quiera) se mete un ladrón.
No comments:
Post a Comment